Mamadou y David se conocieron en 2013, justamente en Rabat, donde Mamadou residió durante ocho años, mientras David buscaba un traductor para su anterior película The land between (La tierra en medio), en la que mostraba la vida cotidiana de los que esperan saltar la valla de Melilla, en la larga espera del Monte Gurugú. De tantos días codo a codo, con otros migrantes, entre una interpretación y otra, Mamadou expresó su deseo de hacer un filme sobre la peligrosa travesía que lo había traído desde Costa de Marfil hasta Marruecos.
Surgió, entonces, la idea de ayudar a Mamadou a volver a empezar el viaje sin documentos (como en la travesía original), desde la frontera entre Ghana y su país (allí todavía no se atreve a entrar), con una cámara y un servicio de backup(almacenamiento digital a distancia) de todo lo que fuera filmando en cada tramo del camino, porque evidentemente podía ir perdiendo cosas, cayendo en las manos de mafias o de las autoridades, que le requisarían lo que tuviera encima. David se quedaba en la retaguardia, recibiendo el material, ayudándolo con las necesidades urgentes y dándole forma a un guión que iría haciéndose mientras Mamadou repetía la ruta, 10 años después.
Así, Mamadou revive a cámara sus recuerdos de aquel viaje desesperado, con ocho euros en el bolsillo, huyendo de la persecución, dejando en Abiyán sus estudios universitarios sin terminar y su familia, sus amigos y una novia. Desde la primera posta, en esta vuelta, tiene la sensación de que la ruta hacia el norte ha cambiado, se ha sofisticado (en el mal sentido de la palabra), ya no se trata de pasos espontáneos sino de un gran negocio donde todo está protocolizado por los traficantes de seres humanos. De Ghana a Togo, luego Benín, Nigeria, Níger y, finalmente el desierto: Mamadou viaja como la primera vez, estableciéndose varios meses en cada lugar, trabajando en oficios varios, juntando dinero para su siguiente tramo, encontrándose con pobladores solidarios, otros migrantes, algunos retornados (hay, incluso, quien llegó a Italia y asegura que no quiere volver a Europa nunca más) y la tragedia de los campos de refugiados que se han ido erigiendo con el logo de Naciones Unidas y unas condiciones de vida indignas.
Mamadou revive a cámara sus recuerdos de aquel viaje desesperado, con ocho euros en el bolsillo, huyendo de la persecución
Al final del día, el migrante repasa lo conseguido y va dejando atrás algunos sueños, el amor por ejemplo, pero sostiene otros, como llegar a Marruecos, recuperar la documentación y poder matricularse para continuar los estudios en un país que percibe estable. El filme tiene su propia estructura, dictada por el camino, sus inclemencias y la interferencia externa y vale la pena verlo y asir un poco más la idea de ese viaje interminable. La vida de Mamadou siguió narrándose fuera de metraje: pudo estudiar en la universidad marroquí y finalmente se trasladó a Francia, donde ahora vive con su nueva esposa y una hijita. De regreso en Rabat, Bakayoko afirma que las condiciones de los inmigrantes han mejorado a partir de las dos regularizaciones extraordinarias que han tenido lugar en estos últimos años en Marruecos. En cambio, ser refugiado en Europa es un status que no significa la plena ciudadanía ni el derecho de viajar a otros lugares del mundo, según confiesa.
Hay quien llegó a Italia y asegura que no quiere volver a Europa nunca más
De la parte del periplo que quedó fuera de cuadro, el emigrante marfileño evoca el desierto, que significaba caminar, caminar, caminar y que las dunas se hicieran distancias infinitas, con la ropa que empieza a pesar, despojándose de todo, menos del agua escasa, despojándose de la vestimenta y hasta de la capacidad de sensibilizarse y compartir. Las relaciones han ido quedando al costado del camino y el dinero no vale nada (en las noches heladas se queman billetes, porque las prioridades cambian sobre la arena eterna). Ir soltando todo, porque sobra peso y se camina por la supervivencia, únicamente de noche, hasta que el guía indica la luz de una antena, a 15 kilómetros, o 30, y se despide, y hay que alcanzarla antes de que amanezca, antes de que la luz se pierda como referencia. En la pequeña aldea se esperará el día en que un camionero acepte la paga y, entonces, habrá que esconderse entre las patas de los camellos para cruzar otra frontera. Llegar con el hedor del animal a empezar de nuevo en la siguiente estación.
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